
Cuando yo era pequeña, en mi casa, como en la mayoría de las casas, no había lujos. Era tan, tan pobre, que sólo tenía una única Nancy. O quizá debería decir nada menos que una Nancy. No sé si sería por eso, por tener una en lugar de cuatro como mi hija, por tener tres o cuatro bebés de juguete, en vez de catorce y un único Barriguitas, que siempre sabía con qué jugar. Sigue leyendo Transmitiendo valores